Tres Cruces Paucartambo

De Visitantes a Cuidadores: Mi Experiencia en Tres Cruces – Paucartambo Cusco

En lo alto de Paucartambo, donde los Andes se encuentran con la selva, existe un mirador que guarda uno de los amaneceres más enigmáticos del mundo: Tres Cruces. No es solo un lugar para tomar fotografías; es una experiencia que mezcla fe, paciencia, historia y naturaleza. En este relato quiero compartir cómo pasé de ser un visitante curioso a un cuidador consciente, entendiendo que la magia de Tres Cruces no depende solo del sol que aparece, sino también de lo que llevamos dentro cuando lo contemplamos.


De lo que parece Simple a lo Sagrado

El Qénqumayu, un rio layq’a, embrujado de esos que tienen anima,
riega las orillas del más hermoso de los tambos cusqueños.
En las puertas de Qosñipata, “el valle del humo”,
Paulartanpu, “Villa de las flores”, escucha todavía cantos de amor.
Alfonsina Barrionuevo – Cusco Mágico

En junio, en Cusco comienzan las festividades cuando terminan las lluvias.
De todas esas actividades que vivimos, subir a Tres Cruces en Paucartambo es una experiencia que se cocina lento y se disfruta si sabes esperar: el clásico “ahoritita sale el sol”.

Las perspectivas de los visitantes varían: algunos buscan tomarse fotos, llevar recuerdos o quizá un encuentro con la naturaleza y lo sagrado.
El amanecer que se ve en Tres Cruces es difícil de explicar. Como compartimos con algunos visitantes, uno tiene que verlo y vivirlo para entender la “magia” y lo bello del lugar.

Sobre Tres Cruces no hay mucha información; solo conocemos la tradición oral de Paucartambo.
¿Por qué uno espera el amanecer? ¿Qué pasa si no lo vemos?


Paucartambo

La provincia de Paucartambo se encuentra en la franja oriental y ultraoriental del sureste de la cordillera andina. Pertenece al departamento del Cusco y tiene una extensión de 6,115.11 km² (IGN, 1989: 365).

Limita por el norte con el departamento de Madre de Dios y con la provincia cusqueña de La Convención. Al sur y al oeste se encuentran las provincias de Calca y Quispicanchis, respectivamente.

En otros tiempos, Paucartambo estuvo ocupado por Pokes, Willas y Lares. En la época inca pertenecía a la región del Antisuyo y era considerada la entrada desde la selva hacia la capital del Tahuantinsuyo (Cánepa, 1998).

Segundo Villasante menciona que hubo una serie de expediciones incas enviadas por Qhapaq Yupanqui, Yawar Waqaq y Túpac Yupanqui hasta los ríos de Paucartambo y Pillcopata. Gracias a estas expediciones se conquistaron Mojos, Campas o Antis en las márgenes del Amaru Mayu, hoy conocido como río Madre de Dios.

Durante la invasión española, algunos incas al mando de Manco Huayllo se habrían refugiado en la cordillera ultraoriental, formando las comunidades de Q’ero, Japo, Kijo, K’allachanca y Marcachea (Villasante, 1980).

Paucartambo también fue un importante centro de comercio. La construcción del puente Carlos III lo convirtió en un punto estratégico para el intercambio de productos que llegaban desde la selva, atrayendo comerciantes y marcando el inicio de la modernidad.

El puente es identidad: durante la fiesta, la Mamacha Carmen es llevada en procesión para bendecir los cuatro puntos cardinales.
Hoy sigue siendo un vínculo entre los habitantes, usado de forma peatonal y como símbolo cultural.


El Sol no le cae a todos

“Mientras más se sufre, más se ve la gloria”. En Tres Cruces, este dicho parece encajar perfectamente. Mientras más frío se siente en el mirador, más hermosa será la experiencia. Mientras más viento helado resople, más cálido parecerá el amanecer.

De todas las veces que he estado en Tres Cruces, cada una fue bonita y memorable a su manera. Siempre escuchaba que uno necesita “suerte” para ver el amanecer y tomarse las fotos “reales” con el sol. Y sí, realmente hay que tener suerte. A veces simplemente no se ve por la neblina.

Uno padece el frío, invierte tiempo, pasajes y expectativas, y a veces todo se reduce a una decepción: desvelarse para no ver nada. ¿Imaginas?

Recuerdo una vez que subimos con un grupo de visitantes. Al llegar a la caseta de control, fue extraño no sentir ni el frío ni el viento helado. Algunos venían con sueño, otros estaban enfermos. Había neblina, no se veía ni una estrella; apenas, por momentos, la luna. Nos quedamos en el carro para evitar el frío, pero lo curioso era que no hacía frío. Solo esperamos. Finalmente no vimos el amanecer.

Para muchos era su primera vez. Todos sentados en silencio, en medio de la neblina, compartimos lo mismo: tristeza, más que enojo.

Los guardianes del mirador decían que quizá al mediodía se vería algo, pero no sería lo mismo. Bajamos desanimados, y entendí que el amanecer de Tres Cruces no es para todos.

Ese día también aprendí algo: ¿el valor del lugar depende solo del amanecer? Parece que para muchos sí. Pero si alguna vez nos toca ver ese amanecer que aparece en las fotos, deberíamos agradecerlo. No sé si sea suerte o simplemente la naturaleza.

El respeto por el lugar, dejarlo limpio y agradecer debería ser parte de la experiencia. En Cusco – Paucartambo se pueden ver cosas únicas, y eso también debe cuidarse.

Finalmente, Tres Cruces de Oro es una experiencia fascinante. La intención y la energía con la que vayas importan mucho para disfrutarlo. Podrías llevar hojitas de coca para agradecer, cuidar el lugar, no dejar basura, recordar que no estás solo: otras personas también buscan esa conexión con el amanecer. Todo es válido.

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